martes, 23 de noviembre de 2010

El Derecho de Soñar

Vaya uno a saber cómo será el mundo más allá del año 2000. Tenemos una única certeza: si todavía estamos ahí, para entonces ya seremos gente del siglo pasado y, peor todavía, seremos gente del pasado milenio.

Sin embargo, aunque no podemos adivinar el mundo que será, bien podemos imaginar el que queremos que sea. El derecho de soñar no figura entre los treinta derechos humanos que las Naciones Unidas proclamaron a fines de 1948. Pero si no fuera por él, y por las aguas que da de beber, los demás derechos se morirían de sed.

Deliremos, pues, por un ratito. El mundo, que está patas arriba, se pondrá sobre sus pies:

En las calles, los automóviles serán pisados por los perros. El aire estará limpio de los venenos de las máquinas, y no tendrá más contaminación que la que emana de los miedos humanos y de las humanas pasiones.

La gente no será manejada por el automóvil, ni será programada por la computadora, ni será comprada por el super-mercado, ni será mirada por el televisor.

El televisor dejará de ser
el miembro más importante de la familia,
y será tratado como la plancha o el lavarropas.

La gente trabajará para vivir,
en lugar de vivir para trabajar.

En ningún país irán presos
los muchachos que se nieguen
a hacer el servicio militar,
sino los que quieran hacerlo.

Los economistas no llamarán
nivel de vida al nivel de consumo,
ni llamarán calidad de vida
a la cantidad de cosas.

Los cocineros no creerán
que a las langostas les encanta
que las hiervan vivas.

Los historiadores no creerán
que a los países les encanta
ser invadidos.

Los políticos no creerán que
a los pobres les encanta
comer promesas.

El mundo ya no estará en
guerra contra los pobres,
sino contra la pobreza, y la
industria militar no tendrá más
remedio que declararse
en quiebra por siempre jamás.

Nadie morirá de hambre, porque nadie
morirá de indigestión.

Los niños de la calle no serán
tratados como si fueran basura,
porque no habrá niños de la calle.

Los niños ricos no serán tratados
como si fueran dinero,
porque no habrá niños ricos.

La educación no será el privilegio
de quienes puedan pagarla.

La policía no será la maldición
de quienes no puedan comprarla.

La justicia y la libertad, hermanas
siamesas condenadas a vivir
separadas, volverán a juntarse, bien
pegaditas, espalda contra espalda.

Una mujer, negra, será
presidente de Brasil y otra mujer,
negra, será presidente de los
Estados Unidos de América.
Una mujer india gobernará
Guatemala y otra, Perú.

En Argentina, las locas
de Plaza de Mayo serán
un ejemplo de salud mental,
porque ellas se negaron a olvidar
en los tiempos de la amnesia
obligatoria.

La Santa Madre Iglesia corregirá
algunas erratas de las piedras
de Moisés. El sexto mandamiento
ordenará: "Festejarás el cuerpo".
El noveno, que desconfía
del deseo, lo declarará sagrado.

La Iglesia también dictará
un undécimo mandamiento,
que se le había olvidado al Señor:
"Amarás a la naturaleza,
de la que formas parte".

Todos los penitentes serán
celebrantes, y no habrá noche
que no sea vivida como si fuera
la última, ni día que no sea vivido
como si fuera el primero.

viernes, 2 de octubre de 2009

A 41 años de la masacre en Tlatelolco, narración de los hechos.


El movimiento estudiantil de 1968, hecho de capital importancia en la historia política y social del México contemporáneo, cumple cuatro décadas. La relevancia y los significados políticos que de él se desprenden son un motivo más que suficiente para la reflexión, dada su trascendencia histórica. En efecto, durante escasos tres meses –de julio a octubre de 1968-, se gestó un enfrentamiento entre estudiantes y el gobierno mexicano que alcanzaría dimensiones insospechadas y generaría efectos diversos en el desenvolvimiento del país en los años subsecuentes. Este movimiento inició con un hecho aislado, a raíz de una gresca entre estudiantes de la preparatoria incorporada Isaac Ochoterena y las vocacionales 2 y 5 del Instituto Politécnico Nacional (IPN), que se complicó con la represión de la marcha del 26 de julio de 1968, que celebraba el asalto de la insurgencia cubana al Cuartel Moncada, dada la intervención del ejército. El régimen de gobierno del momento, de corte autoritario, contaba con un aparato coercitivo sólido que le permitía tener un control político sobre los distintos sectores de la población.

Cabe señalar que el Estado mexicano había enfrentado protestas estudiantiles previas: la de Puebla en 1964, Morelia en 1966, Sonora 1967 y Tabasco en 1968, en las que el régimen ejerció la fuerza de su aparato represivo aprovechando los servicios de inteligencia federales y militares, a la vez que desestimando las protestas, al calificarlas como conjuras comunistas y señalando a sus líderes de enemigos de México. Frente a esas circunstancias, a temprana hora del día 29, se desataría una serie de enfrentamientos entre estudiantes y distintas agrupaciones de seguridadpública de la Ciudad de México y del ejército. El servicio de transporte del centro de la ciudad permaneció bloqueado, mediante el uso de camiones incendiados para la construcción de barricadas. Por estos hechos, el Regente del Distrito Federal, general Alfonso Corona del Rosal, solicitó el apoyo del ejército, que entró en acción en los primeros minutos del día siguiente. Durante el operativo fueron detenidos más de 500 estudiantes. La jornada finalizó en los primeros minutos del día 30, cuando el ejército ocupó las instalaciones de San Ildefonso, tras derribar su puerta barroca mediante un disparo de bazuca.

A las pocas horas, el Rector de la UNAM, ingeniero Javier Barros Sierra, izó la bandera nacional a media asta e hizo un llamado a los universitarios para defender la autonomía. El día 1 de agosto, a petición de estudiantes y profesores, encabezó una marcha que recorrió la avenida de los Insurgentes hasta Félix Cuevas y regresó al campus universitario. El mes de agosto se caracterizó por la definición de varios aspectos sustanciales para el desarrollo del movimiento estudiantil, el primero, la conformación del pliego petitorio, con los siguientes puntos:
I. Libertad de los presos políticos.
II. Destitución de los generales Luis Cueto y Raúl Mendiolea, así como del teniente coronel Armando Frías.
III. Extinción del cuerpo de granaderos.
IV. Derogación del Art. 145 y 145 bis del Código Penal.

V. Indemnización de los familiares de los muertos por la represión.

VI. Deslindamiento de responsabilidades por parte de las autoridades a través de la policía, granaderos y ejército.


El segundo, de igual importancia, la constitución del Consejo Nacional de Huelga (CNH), como dirección unificada y reconocida por el movimiento en su conjunto, conformado por representantes de cada una de las escuelas de la UNAM, el IPN, la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo, la Escuela Normal Superior, la Escuela Nacional de Maestros, El Colegio de México, entre otras. De forma paralela, los profesores, encabezados por el ingeniero Heberto Castillo Martínez, Fausto Trejo y Elí de Gortari (Tio de Carlos Salinas), se agrupan en la Coalición de Profesores de Enseñanza Media y Superior Pro-Libertades Democráticas y participan al lado de los estudiantes universitarios. El 13 de agosto se realizó la primera gran marcha organizada por el CNH, misma que partió del Casco de Santo Tomás hasta el Zócalo y contó con una afluencia de entre 250 a 300 mil personas. El 13 de septiembre el CNH realizó una gran marcha en silencio que partió de Chapultepec al Zócalo. El 18 se realizó la ocupación militar de la Ciudad Universitaria con un saldo de 500 detenidos, hecho que desencadenaría la renuncia del rector ante la H. Junta de Gobierno el 22 de ese mismo mes. El día 24, el ejército tomó las instalaciones del Casco de Santo Tomás donde, a diferencia de lo sucedido en la Ciudad Universitaria, se produjeron violentos enfrentamientos entre estudiantes y policías. En ese ambiente de reorganización el CNH convocó a otro mitin más, en la Plaza de las Tres Culturas el 2 de octubre, con el fin de aglutinar a los sectores estudiantiles que, debido a las ocupaciones, habían perdido contacto con las bases del movimiento. Sin embargo, la respuesta del Estado fue sorpresiva y derivó en una masacre y en la captura de los principales líderes del CNH, hecho que marcó el descenso de la lucha estudiantil. Los estudiantes, después de la tregua durante las Olimpiadas realizadas en la Ciudad de México, regresaron a las aulas el 4 de diciembre de ese mismo año.

La reflexión sobre los resultados y consecuencias del movimiento no deben restringirse a los hechos del 2 de octubre, que suelen sustituir en el imaginario colectivo a todo el movimiento estudiantil. En éste podemos encontrar formas y niveles de organización inéditos, una convocatoria social nunca antes vista que acompañó a los estudiantes en las calles y en las universidades de todo el país y que, incluso, concitó simpatías en el orbe; un enorme despliegue de creatividad que se manifestó, por ejemplo, en una estética visual; un proceso que evidenció las condiciones de desigualdad frente a un poder rígido, inflexible, represor e intolerante.



martes, 29 de septiembre de 2009

Esto cada vez está más feo

Esto cada vez está mas feo,
ay compadre si usted viera lo que veo!!.
Que no es lo mismo el Paseo de la Reforma
que mandar a la reforma de paseo.

Esto cada vez es más moderno,
ay compadre me siento muy enfermo!!,
si Juárez en este momento reviviera
mandaria a la fregada a este gobierno.

Esto cada vez da más tiricia
siempre que me llega una noticia.
Dime y diretes, chismorreos,
que me encaja en el cacumen Televicia.

Esto se está llenando de cactus,
de tratados, de convenios y de pactos.
En Oaxaca, Puebla, Chiapas y Guerrero
ya se sienten como suenan los impactos.

Esto me ha espinado los nopales,
se me llenan de tunas los huacales.
Está vacio el costal de los frijoles
por la culpa de una bola de naguales.

Esto que está pasando mi compadre
se lo dije a mi mujer: no tiene madre.
El país se nos fue con otro dueño,
no tenemos ningun perro que nos ladre.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Villa sí conquistó Columbus. ¡¡¡Viva México!!!! ¡¡¡Mueran los gringos!!!



La División del Norte estaba en su mejor momento. Éramos tres mil. O quizá cuatro mil, o cinco mil, porque nunca nos habíamos contado bien, pero más o menos por ahí andaba la cantidad. En cualquier pueblo o pueblucho que pisábamos, siempre había un montón, o un montoncito, de gente que se nos quería unir. Hombres, mujeres, y hasta algunos chavalos, no faltaban los chavalos. Por eso, porque se sabía jefe de un enorme ejército —de lo más variado, por lo demás—, desde fines de enero, Villa planeó la invasión a Estados Unidos por el rumbo de Ojinaga, pero era tanta la gente que todavía se nos quería unir al proyecto, que prefirió posponerlo un par de meses. Mientras más fuera el montón de guerrilleros mexicanos que se metiera a Estados Unidos, mejor, ¿no? Por eso luego, ya que éramos un titipuchal, fue en Palomas, pequeña ciudad fronteriza a unos cuantos kilómetros de Columbus, donde Villa nos hizo saber su decisión.

Esa tarde del 8 de marzo de aquel 1916, nos habló como yo no lo había oído, con una inspiración que le quebraba la voz y lo obligaba a detenerse a cada momento por la cantidad de lágrimas que derramaba. Nos juntó en la falda de un monte, y él se puso en el lugar más alto para que todos lo oyéramos bien y no nos quedara lugar a dudas de lo que decía. El sol pareció también pasmarse en lo alto y se levantó una brisa que puso a chasquear los huizaches y las nopaleras.

Muchachos, ora sí llegó el mero momento bueno en que se decidirá el futuro de nuestra amada patria, y a ustedes y a mí nos tocó la suerte de jugarlo. ¡Vamos pues a jugarlo valientemente! Ya aquí, ni modo de rajarnos. Nuestro resto a una carta, como los hombres que traen bien fajados los pantalones para apostar. O lo ganamos todo o lo perdemos todo, total. En esta frontera de Palomas está la raya mágica que nos separa de la gloria o de la perdición. Estamos muy cansados, lo sé, por eso no podemos esperar más, ni un segundo más. Son muchos años de pelear desde que nos levantamos contra don Porfirio. Luego, ya ven, peleamos contra los colorados de Orozco, contra los pelones de Huerta, contra los carranclanes de Carranza. Hoy nos toca partirles su madre a los gringos, ni modo. Hemos peleado contra todo y contra todos, pero siempre por el mismo ideal, nuestro ideal no ha cambiado para nada. Es la causa del pueblo, la que obligó a don Francisco Madero a levantarse en armas contra la tiranía. Quiero decirles que Madero es el hombre al que yo más he querido y respetado, por el que me inicié en este asunto de la guerra, y por quien aún sigo aquí. Por eso su foto me acompaña a todos lados, en las buenas y en las malas —y de un bolsillo de la casaca, del lado del corazón, Villa sacó una foto de Madero y la puso en alto—. Mírenla. Aquí la pueden ustedes ver. Esta foto la veo yo a cada rato y se me llenan los ojos de lágrimas y se me quitan los temores que a todos nos dan. Me digo: si él dio su vida que valía tanto, ¿por qué no yo la mía que apenas si vale? Y veo la foto y me entran las ganas de luchar por los ideales que nos dejó y de acabar hasta la extinción total de sus asesinos. Asesinos que, hoy lo sabemos, están acá —y señaló hacia tierra mexicana—, pero también, y sobre todo, están allá —y señaló hacia tierra norteamericana—. Fueron los gringos quienes nos quitaron la mitad de nuestro territorio, que hoy tanto necesitaríamos, y quienes utilizaron al traidor de Victoriano Huerta para derrocar a nuestro salvador, el presidente Madero. Así como hoy utilizan al traidor de Carranza para apoderarse del país y robarse los mejores frutos de nuestra tierra. Esos mismos gringos ladrones que pretenden manejar nuestros gobiernos a su antojo, quitar y poner autoridades como se les pega la gana y según lo dictan sus intereses económicos y políticos. Hablan de democracia, ya ustedes los han oído, pero a nosotros nos tratan como animales si llegamos a trabajar a sus tierras. Animales, bestias de carga, esclavos que sólo responden al chasquido del látigo, eso somos para ellos. O nos utilizan o nos roban o nos rocían con gasolina y luego nos prenden fuego, como acaba de suceder hace unos meses con cuarenta mexicanos que intentaban cruzar legalmente el puente del Río Bravo. ¡Cuarenta mexicanos quemados vivos por los gringos! Ahora ya andan otra vez con querernos invadir porque dizque nosotros mismos no sabemos gobernarnos, y cómo vamos a saberlo con un traidor como Carranza en la presidencia, pero no lo van a lograr porque nosotros nos les vamos a adelantar. Hoy entramos a Columbus, les partimos su madre y seguimos de frente, para que vean que no les tenemos miedo y de lo que somos capaces. Porque enseguida va a venir la verdadera guerra con ellos, apenas llegue a acompañarnos el señor Emiliano Zapata con todas sus tropas, él mismo me ha asegurado que ya no tarda. No vamos a parar hasta vengar tanta ofensa como nos han hecho los gringos, hijos de su chingada madre, a lo largo de la historia. Entonces, ya que recuperemos el rico territorio perdido y los tengamos dominados, habrá paz y progreso en México y nuestros hijos heredarán una tierra amplia, libre y digna.

Tuvo que interrumpirse porque las lágrimas ya no lo dejaron continuar, y quizá fueron esas lágrimas las que terminaron de inflamar nuestro ánimo para levantar al unísono nuestras armas:
—¡Viva Villa! ¡Viva el presidente Madero! ¡Viva México! ¡Mueran los gringos!
Nuestro éxito fue que nadie en Columbus, ni en ninguna otra parte de México o de Estados Unidos, podía tomar en serio nuestra intención. En aquel tiempo, casi todos los días aparecían notas en los periódicos de una posible invasión norteamericana a México, pero de México a Estados Unidos, ¿cuándo?
Desde que, cabalgando dentro del mayor silencio posible, cruzamos la frontera, nos adentramos en territorio norteamericano, y vimos el tenue resplandor de la ciudad a lo lejos, yo sentí que me adentraba en el pasillo de un sueño —no se me quitó la sensación de irrealidad en ningún momento—, que estaba viviendo un privilegio único que, quizá, muy pocos mexicanos volverían a vivir. Y, bueno, habría que revisar nuestra historia de entonces para acá.
Por ahí se veían encendidos unos cuantos faroles en las esquinas y en la estación de ferrocarril. Ladridos intermitentes de perros. La ciudad de Columbus es muy pequeña y en forma de chorizo —con todos sus edificios importantes en la misma avenida, la Bondary—, así que la estrategia era, literalmente, barrerla, destruyendo todo cuanto encontráramos a nuestro paso. Saquear el banco y una tienda llamada Lemon and Payne, muy bien surtida y, sobre todo, detenerse en el hotel Commercial para pedirle cuentas a un tal Samuel Ravel, quien le debía a Villa unos rifles Springfield que ya le había pagado.

Entramos exactamente al cuarto para la seis de la mañana, con el primer sol que despuntaba, lo sé porque uno de los tiros que disparamos le dio al reloj de la aduana, deteniendo su funcionamiento, lo vi clarito.
De un lado de esa calle principal, apenas a la entrada, estaba el cuartel con sus cerca de mil soldados todavía dormidos: se levantarían quince minutos después de que nos les echamos encima (Villa lo previó todo): el XIII Regimiento de Caballería de Estados Unidos, al mando del general Herbert Slocum. Del otro lado de la calle estaban los establos. ¡Cuidado, no se vayan a confundir, nos advirtió Villa! Luego nos dijo: al primer disparo que suelte yo, todos al galope, al grito de “¡Viva México­! ¡Mueran los gringos!”, y a acabar con ellos, muchachitos.
El momento en que Villa soltó ese primer disparo al aire, hincamos las espuelas al tiempo que gritábamos: “¡Viva México! ¡Mueran los gringos!”, con el corazón enloquecido afuera del pecho y la sensación de que violábamos lo prohibido, que nos metíamos a donde nunca nadie, en esa forma, se había metido. Y, bueno, pasara lo que pasara, ¿quién nos quitaba esa emoción?
Hicimos una matazón tremebunda en el cuartel. Yo me despaché a dos o tres soldados gringos que apenas se levantaban medio encuerados de sus literas, con caras de asombro. ¿Cómo podían suponer los pobres pendejos que estaban muriendo porque los mexicanos habían invadido su país? Una vez que los acabamos, nos seguimos hacia el pueblo, a buscar otros sitios que atacar, ¿qué otra cosa podíamos hacer si ya nos sentíamos dueños del lugar? Yo por eso me seguí de filo, a todo galope, dentro de la galería de rostros convulsos que salían de las casas asaltadas, tropezándose, con niños en brazos o levantando las manos en señal de rendición, corriendo hacia todos lados como hormigas espantadas.

Entonces me di cuenta de un grave error cometido por algunos de mis compañeros: prenderle fuego a la tienda Lemon and Payne, atiborrada de artículos inflamables, lo que iluminó en forma esplendorosa la calle por la que andábamos con nuestro relajo. Y no es lo mismo echar ese relajo —pegar de gritos, tirar balazos al aire, acribillar los vidrios de las ventanas, dar vueltas como trompo en el caballo, tronarse a quien encuentra uno en el camino—, que organizar un verdadero ataque con las armas y los hombres en los puestos adecuados: exactamente lo que hizo el resto de los soldados norteamericanos que habían sobrevivido a nuestro ataque, y que todavía eran un montón: atacaban con una furia desatada, como si de pronto se hubieran dado cuenta de que, carajo, estaban siendo invadidos por pinches mexicanos.
Villa reaccionó enseguida y reordenó sus filas. Además, acabó de intimidarlos con una estrategia muy suya: cerrar pinzas. Ya con el día encima, vimos llegar un verdadero huracán de caballos. No parecían seres vivos sino fantasmales. Miles de caballos de la División del Norte envueltos en nubes de polvo y en un sol radiante, recién nacido que, parecía, también llevaban consigo. Todos con el mismo grito, que revoloteaba en lo alto y agitaba las ramas de los árboles: “¡Viva Villa, mueran los gringos!”.
Al grueso de la columna villista la protegían guardaflancos móviles que se desplazaban a saltos y eran los que más daño hacían al toparse con el enemigo porque les llegaban por todos lados.
Luego me enteré de que algunos villistas acostumbraban lazar ramas de mezquite y las arrastraban a cabeza de silla, con el objeto de levantar más polvo. Doscientos o trescientos hombres, con sus ramas a cabeza de silla, daban la impresión de ser muchos más, el doble o el triple, por la polvareda que levantaban. Algo muy teatral, pero efectivo. Como predijo Villa desde su discurso inicial: le partimos toditita su madre al XIII Regimiento de Caballería de Estados Unidos.

Antes del mediodía, ya con la ciudad conquistada, Villa nos reunió en la plaza central de Columbus y subido en el quiosco nos arengó:
—¡Ahora sí, muchachitos, ya encarrerados vámonos al norte, rumbo a Washington!
Toda la División del Norte respondió con un solo grito atronador:
—¡Viva México, mueran los gringos

jueves, 10 de septiembre de 2009

Carta de Lydia Cacho a secuestradores

Lydia Cacho (actualmente amenazada de muerte, estamos contigo)

Cada vez que uno de ustedes asesina a una persona, se hace más pequeño ante sí mismo y ante los demás. No, no son grandes, ni valientes, ni fuertes ni malos profesionales. Su vida carece de sentido y por eso consideran que secuestrar, torturar y cobrar por ello les hace grandes y poderosos. El poder que tienen en realidad es minúsculo, no depende tanto de ustedes como de la incapacidad, ignorancia y debilidad de quien debiera ser su adversario: las autoridades mexicanas.

Ustedes son un puñado regado por todo el país; hay millones de hombres y mujeres que no les temen, que no se arrepienten, que no se venden ni venden a sus familiares a cambio de que ustedes les perdonen, magnánimamente, la vida.

El dinero tampoco los hace mejores; ni sus camionetas y autos de lujo, ni las armas de alto calibre, ni la mirada ruda que finge no sentir nada, porque ustedes, la mayoría deben beber o drogarse para soportar la vida. Duermen con miedo aunque lo nieguen, miedo de la traición de su pareja, de sus compas, de sus cómplices policiacos. Este país, México no es tan suyo como imaginan, aunque vean en los periódicos las portadas con sus fechorías, y celebren a escondidas que otro medio les dio ocho columnas, que la tele los hace cada vez más malos ante la mirada de la sociedad; es un espejismo, cada vez que matan a alguien, ustedes empequeñecen.

Hace una semana una mujer murió en manos de un secuestrador que debió suicidarse sin saber qué hacer. Antier, asesinaron a Benjamín Le Barón, pero su comunidad no está asustada, está indignada y les rebasa en número y en fuerza moral. Ustedes cuentan con la cobardía y avaricia de algunos gobernadores, procuradores y jueces, eso está claro. Sin embargo no crean todo lo que ven, todo lo que leen. Este país no vivirá secuestrado por el miedo. Cada vez hay más gente que les señala, que les reconoce, que logrará, como hizo Benjamín Le Baron, que otra veintena pague por sus delitos. Ustedes, en realidad, son poca cosa, su camino es el equivocado, y este país aun es nuestro. www.lydiacacho.net

lunes, 7 de septiembre de 2009

¿Que es ser un comunista? Del libro "Camilo, señor de la vanguardia" de William Gálvez


Para ser comunista hay que tener un profundo sentimiento patriótico;

Para ser comunista hay que querer, respetar y defender al pueblo;

Para ser comunista hay que tener una actitud resuelta frente a las injusticias, frente a la explotacion y frente al imperialismo;

Para ser comunista hay que poseer calidad humana, sencillez y modestia;

Para ser comunista hay que ejercer la responsabilidad en el cumplimiento del deber;

Para ser comunista hay que estar dispuesto a pelear, y a morir si es preciso, por la causa de la Revolución;

Para ser comunista hay que tener un profundo sentimiento internacionalista!!!!!!!!!!!!!!!!

Y todo eso, era Camilo Cienfuegos.